Uno de esos días

Te ves tan reconfortado y satisfecho en los días de calma, como si influyeras en éstos personalmente. Y de cierta forma retorcida lo anterior es verdad. A temprana edad aprendiste a lanzar la piedra y a esconder la mano, con métodos de autonegación (que consistían en bajar la voz, en acogerte bajo la sombra de los demás, en sabotear y luego paralizarte como un árbol en la canícula) pasabas desapercibido ante todos. En la escuela veían en ti a un joven taimado e indefenso, y eso estaba bien. Entonces venía tu recompensa, las tempestades destruían todo a su alrededor mientras tu emergías indemne, como cucaracha tras la explosión nuclear. 

A lo largo de tu juventud puliste tus técnicas y dejabas que los líderes dieran la cara, mientras tú fungías como una mala consciencia silente. Has llegado a tu vida adulta sin ningún espíritu gregario y te redujiste a ser un oficinista sumiso (pero que también da zancadillas cuando puede, para luego hundir la cabeza detrás de la computadora), gastas tu tiempo libre navegando en Internet a través de páginas de pornografía con saldo a tu tarjeta de crédito y en portales que ofertan productos ilegales.

La pistola tiene una potente descarga de 7.8 millones de voltios, es capaz de inmovilizar a la víctima y de causar contracciones musculares, así como mareos. La habías adquirido hacía unas semanas por correo, pero nunca la habías usado. Con el paso de los días la excitación de tenerla en tus manos se desvaneció poco a poco. Anoche regresaste a casa distraído, perdido en suposiciones. Conforme subías por el callejón se ponía más oscuro y desolado. Notaste que en una esquina estaba sentada una figura terrosa y con capucha, quien te salió al paso para pedirte fuego, luego te acompañó mientras te hacía plática.


-¿De dónde eres? -Te preguntó.
-Pues ya tengo mucho tiempo viviendo aquí.
-¿Vives por este rumbo?
-Sí, vivo en el edificio de estudiantes, ¿lo conoces?
-De estudiantes, eh -No te quedó claro si lo conocía pero aparentaba estar realmente metido en la conversación. Cuando doblaste una vez más por un callejón le cambió súbitamente el tono de voz, te dijo que bajo la manga larga que cubría su mano sostenía un puñal. Te pidió que le dieras todo lo que traías, no dudaste en hacerlo. Pero sus amenazas comenzaron a volverse trilladas y repetitivas,  finalmente ésto te colmó la paciencia. El asaltante se veía corto de estatura y débil físicamente, podías derribarlo sin problemas. Hubo un momento de duda. Usarías la pistola de descarga o dejarías una vez más que todo pasara hasta que volviera por sí solo a la calma.

Este domingo amaneció helando, pero por una extraña razón tú saliste muy temprano a caminar. Enfrente del mercado, a un lado de la parada de autobuses, una mujer extremadamente delgada ponía en el suelo los diarios para su venta, te acercaste leyendo los títulos y cogiste en particular uno de nota roja. Éstos se caracterizan por dar sanguinarias descripciones con lujo de detalle y usar un lenguaje popular para hincar al lector una cuchillada de palabras y mofas sobre la desgracia y la muerte. Tras varias hojeadas te detuviste en un encabezado:

"Amanece la zona centro con un descuartizado. -en la la descripción añade, "El cadáver muestra claros indicios de tortura". Tiraste el diario al basurero y te fuiste a casa. Fuera tu imaginación o fuera real, pero por el centro transitaban más policías de lo habitual. La historia de tu vida, ningún parroquiano se molesta siquiera en mirarte. Pero eso está bien. Es domingo y podrás recluirte en tu cuartucho de estudiante. Estás cansado y somnoliento, es tiempo de reconfortarte en la calma, pues finalmente es uno de esos días de que tanto te satisfacen.

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