Venus y Diavolo
Ya sabes que aún en el insomnio puedo pretender que duermo, que sueño o incluso, que te veo en las horas de tu concepción. En la espesura de un bosque argento, bajo un lago de mercurio observo que se funde una noción de ti. La naturaleza obsequia una sinfonía en tu honor, suaves distorsiones aéreas, graves reverberaciones subterráneas, graznidos metálicos, impulsos eléctricos y coros de auroras. Finalmente cuando el viento cede, se consuma la asunción del hermoso dios pagano.
Ahora sabes que cuando cierro los ojos puedo ser todo lo que desee. Puedo incluso moverme a la manera del viento por esta tierra esteparia y recorrerla a mi voluntad; planear a ras de suelo sobre la verde campiña. Sábete que mis poros están facultados para desgranarse y fundirse en la espuma cíclica de tu gélido mar, pero sólo si yo lo quiero. Cuando cierro los ojos puedo ondearme con la misma lenta docilidad que se somete la bandera de tu patria nórdica; recostarme y aglomerar en mí el tañido de tu arpa, tus techados de nubes, tu mitología...
Ya no te es ajeno que pude irme con la misma ligereza que llegué, a la manera del caribú. Pudiste incluso tallar mis huesos hasta el polvo y aún seguía siendo yo, indemne. Y no es que me doliera el desprecio ni me abrumara la pasión, es sólo que cerré los ojos para saber lo que se sentía ser tú. Ignoraba que una simple canción folclórica doliera tanto, desconocía cómo se subía la sangre a la cabeza con el engaño y la decepción hasta que me disfracé de ti. No es que estuviera enviciado de sensualidad, era sólo un gusto por ser tú y tus vicios. Es por eso que tuve que poseerte de todas las maneras posibles, al grado de plastificar tu relieve, de reducir tu rostro a una mera puesta en escena; un hermoso artificio pendiente de mis hilos de titiritero. Tuve que llevarte al grado del hastío y el abandono.
Así que no me ha sido difícil irme, como antes no lo fue quedarme. En el círculo de tu respiración entraba y salía de ti. En el exterior soy apenas un gas inerte, en tu interior era un sollozo, una carcajada, una caricia; era maternidad, optimismo y mediocridad; era miedo a la muerte y obsesión por lo efímero. Pero un día volví a abrir los ojos y me hallé de nuevo sin sentir nada, sin padecer nada. Volví a mi esencia aeriforme, apenas si la luz se refracta en mí.
Puedes creer que algún día con los alisios volveré. Las ventanas de la buhardilla golpean constantes porque nunca las cerraste. Llevas el pelo suelto esperando que un día sorpresivamente lo someta con una caricia. Pero no sé si alguna vez ha servido de algo tu débil fe. No llegué antes por tus rezos ni tus invocaciones; dormí el invierno más por convicción que por tus lamentos de debilidad y pereza.
Es posible que algún día me hayas buscado, a sabiendas de mi mimetismo, con otro nombre, con otro gesto, con otros ojos; con aires de bondad y compasión. Tal vez habrás fatigado tu andar y finalmente bebido con resignación cualquier aliento, a falta de mis setas silvestres y mi tierra de bosque. Un día de estos tal vez me anheles con tu esencia diurna y con tu siglo de las luces. Pero estarás errando el camino, pues te faltará noción de la noche. Tendrías que asfixiar toda luz y moverte a la manera del viento hasta el Báltico. Tuviste que estar aquí y ver cómo me perdí en el azul, cómo me tragó el océano; cómo fui decantado hasta un submundo de sedimento y silencio opresivo.
Un día de estos tal vez me anheles con tu esencia diurna y con tu siglo de las luces. Ahora sabes que tendrías que cerrar los ojos y volverme a concebir. Habrías de imaginarme rodeado de música pagana. Deberías de nutrir tu insomnio más que de lamentos. Al fin y al cabo siempre he sido flamable, tendrías que prenderme fuego desde esta monodimensión; de una buena vez, sublimarme desde esta condición de demonio.
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