Burlando al tiempo


Cómo quisiera ser de nuevo el ignorante de esos días, tan ignorante de ti querida, My dear,

Ma cher, Mein Schatz, Cara mia. Cuando apenas en mi acento abajeño, entre dientes te

honraba con esas palabras que no sabías si eran plomazos o piropos.

Te juro que me esmeraría más en mi ignorancia, llegaría a tu ciudad inconsciente de que al

esperarme en la estación, ya serías tan tú, tan prestidigitadora y con esa

mirada de las treinta mil respuestas.

Me abstendría de rondar la catedral y hacer trinchera frente a los cafés que podrías

frecuentar. Sin tanta telepatía fervorosa que te impidiera dormir tus horas. Tarde o

temprano te vería en una estación del metro con tu eterna bolsa de la Kahlo. De verdad que

me encantaría redescubrir el camino a tu casa, esta vez menos borracho y más a la

aventura.

Y buscaría a tus conocidos por el sencillo valor de la amistad, no por ser una extensión de

ti; tu influencia en ellos sería sólo algo exótico y no la promesa de que yo también podría

serte materia permeable. Qué prisa me corría por descubrir el robo de tu Buda y la penosa

razón por la que dejaste la fotografía.

Cómo dediqué tiempo para encontrarle el buen sabor a tus ensaladas, ratos en los que pude

haberme preguntado ocasionalmente por la gente que yace en mi pasado. O lo tuyo no es la

cocina o lo mío ya no es recordar, una de dos querida.

Podría ser aún más ignorante de ti y jugar al extraviado, porque la voluntad es la Roma de

todos mis caminos. Porque perderte los pasos es sólo un drama auto impuesto. Es jugar al

ciego y hacer distancia; tejer cuerdas y montar pirotecnia entre montes que nacieron

próximos. Porque en este juego no existe más fin que la fascinación misma de jugar.

Juego a que te reencuentro todos los días, en la luz matinal y en el crepúsculo decembrino.

En estos días juego a soñar tu inexistencia, a limitarte a un anhelo. Me entretengo

dilatando el tiempo y saboreando el pretérito de nuestro primer encuentro.

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