Un festín en el Báltico


La vista era sublime. Las olas se regocijaban en su intocable belleza ¿pero acaso no toda belleza es intocable? Eran de un denso verdor esmeralda. Que fuerza inefable las ha de avivar -pensé. Miré en ellas el reiterativo comienzo de cada nueva historia y a la vez, tu permanencia silenciosa, acurrucada en mi regazo. El frío báltico nos azuzaba las ansias de ser valientes. Estábamos hipnotizados al ver el mar. A sorbos nos fuimos embriagando de belleza en esa tarde de agosto. Nos atrevimos a osadas reflexiones.

Tras el paso de los años, aún me persigue el pensamiento de esa fuerza inefable, la cual se transfiere a través de los elementos inertes y a través del tiempo. Pienso en esas bestias aladas y llenas de ojos que veneran al Dios bíblico, día y noche; por los siglos de los siglos. En algún momento hemos sidos salpicados de esa eternidad para eventualmente volvernos materia inerte.

Las rocas reciben mansas el impacto violento de las olas. El alma trasciende y la carne perece. 

Pienso en cómo las especies se aferran a la vida. ¿Pero dónde está en mi ese ímpetu? Entre los ciclos de la Naturaleza nuestro deseo se atomiza. En el macrocosmos nuestro drama es irremediablemente perentorio. La misma voluntad de las bacterias por elegir la preservacion de su especie antes que el auto aniquilamiento pervive en nosotros. No hay raciocinio de por medio. La consciencia es una ilusion. Elegimos desde las vísceras, desde la flora bacteriana. Bebo, como, sufro y deambulo por la ciudad y a cada acción le corresponde un oleaje de ese mar esmeralda.

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