¿Quién sabe?
Sólo pínchame, dame "play"
¿Quién sabe? Dicen que las palabras nos acercan al ser. Es cierto que en lo personal, al ejercitarlas a veces me siento como un perro persiguiendo su propia cola, pero la mayoría de las veces las veo como un enjambre de insectos apocalípticos que se posan avispadas en mi boca, es cuando me da por repetir no sin cierta desidia lo que otros ya han dicho antes, será por eso que me da por no acabar las sentencias que antes animoso había comenzado. Será por lo mismo que a desdén de los discursos, dejé atrás la que fuera mi vocación, como dejé enjauladas otras aves de mi juventud.
Sólo en sueños devoro los libros de la gran sabiduría. Tengo vívidas imágenes oníricas en las que abro polveados y vetustos tomos con las dos o tres medias verdades de la humanidad. Pero en la vigilia me cansa físicamente arrear las letras con la vista. Comienzo digiriendo “las perras negras” a cuentagotas, una por una, conforme voy adquiriendo una velocidad ascendente. Pero en un instante de sofoco alzo la vista y me abruma tan sólo ver un horizonte atestado de signos y símbolos indómitos, como agresivas sombras de dragones y pterodáctilos que pueblan las altas esferas del cielo. Me siento luego como un anciano necio quien de la mano del poeta, tiene que asolearse a través de un laberinto y con vergüenza contenida tener que brincar repetidamente sobre los cuadros de la rayuela.
Lo mismo me da los cien rodeos que le dé la gente al mismo asunto, sea por su aprecio a la belleza retórica o por mera necedad, me canso a la segunda vuelta, y entonces poso mi atención de chuparrosas en las patas de gallo del hablante o en la foto del escribiente, en la fatiga de sus manos, en la gravedad de su mirada o en la mejor de las situaciones (de ameritar el caso), en la consistencia de su voz.
A veces (posiblemente también entre sueños) me da la sensación de que el silencio nos ha causado un pánico historico y colateralmente hemos desarrollado el habla para llenar ese hueco en nuestra existencia. De esta forma, cuando el fin era simplemente aminorar la incomodidad del silencio, los medios para lograrlo nos han acarreado muchos otros conflictos. Pienso que el silencio no es tan maligno ni tan incómodo, se puede sobrellevar la vida reduciendo las funciones del lenguaje a un nivel elemental.
¿Quién sabe? Debe ser que con la edad uno no se vuelve más sabio ni logra cambiar en lo absoluto los defectos que nos quitaban el sueño en la adolescencia, sino que básicamente nos limitamos a justificar la esencia de nuestra personalidad. Buscamos modelos que se nos asemejen o emulen y hojeamos textos que nos justifiquen intelectualmente, entonces ya podemos andar con la frente en alto porque un poeta nació el mismo día que nosotros, porque compartimos con un héroe de guerra el mismo signo zodiacal, porque el dramaturgo describió las mismas penas que ahora nos avasallan. De cierta manera no soy diferente a los demás, por mi parte busco justificar y dignificar mi instintiva tendencia al silencio pero finalmente, acabo como siempre, como perro correteando su propia cola.
Comentarios
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