Nuestro encuentro fue tan azaroso como acertado. Me sentí como si hubiéramos nacido de dos rocas viajando desde recónditos puntos del espacio a través de los siglos, los milenios y los años luz. Nuestras trayectorias ya trazaban desde entonces un encuentro en el futuro, si alguien hubiera podido vernos. Luego un buen día realicé un viaje improbable a tu ciudad, me acicalé con esmero y tu te vestiste de alcatraz especialmente para nuestra colisión. Apenas el instante de un día y jamás volvimos a vernos. Recuerdo tu lunar en la mejilla al sonreír, te recuerdo eternamente echando tu hermosa melena hacia adelante. Pero han transcurrido ya casi 20 años, y obedeciendo las leyes de la física, seguiremos aún alejándonos, persiguiendo una trayectoria que nos lleva por el espacio hasta otras latitudes recónditas.
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