Hay que vivir
Es sorprendente ver a dónde se puede llegar argumentando sobre experiencias nunca vividas en carne propia.
La retórica de la desigualdad social,
la vehemencia por difundir la palabra de Dios,
la prevalencia de la herencia cultural,
el amor romántico,
la compasión,
la poesía,
son temas que llenan los diarios,
golpean en las puertas,
nos adornan las sienes,
toman las calles,
pueblan nuestros sueños.
Pero no hay corazón en nada de eso.
Yo no creo en la izquierda.
No creo en el temor a Dios.
No creo en la incorruptibilidad del alma.
No creo en el amor.
No creo en nada,
ni siquiera en ti.
Hay algo de abdicación en las creencias y de posposición
como vivir hibernando
hasta la llegada de un nuevo sol
Yo vivo de dar cuenta y razón de lo que siento,
que no es poco.
Y siento la totalidad del alma
y siento a Dios,
sueño incognoscible,
como bruta raíz, transmisor,
que eyacula su savia
a través de líneas remotas,
nutriendo generaciones,
llegando a mis venas,
justo aquí,
al momento.
Siento el frío de la pérdida,
la debacle tras la primera juventud,
el choque del individuo contra el sistema,
la expulsión del paraíso de la inocencia,
Siento la plenitud de la fealdad,
la violencia neurótica,
la furia demoníaca,
las pasiones paganas.
Y a veces te siento a ti,
cuando te olvidas de las letras,
cuando delineas con el dedo
el vacío entre las estrellas,
cuando dormitas en mi pecho
cuando juegas con mi pelo
Te siento,
cuando tus actos fallidos,
cuando tu sed de verano,
cuanto tu grandeza de niño
cuando tu cólera se apresta.
Dime tú qué sientes.
Es sorprendente ver a qué grado se puede llegar creando frentes a partir de las carencias. Hablar de lucha de clases, de fascismo, de limitación de recursos naturales, de bondad del alma, de Dios, hablar de todo sin sentir nada. Eso no es bueno, principalmente de lo último.
Hay que vivir un poco nuestra propia vida.
Comentarios
Eso tal vez cambiará.
¿Me repito o no existo? Qué dilema!