El súbito poder del milagro
Yo no sé qué fue del resto de los sanados por el hombre santo.
Sólo supe de uno que a los pocos días de resucitado, fue a probar el filo del puñal. Se dice que otros, aliviados de la lepra y movidos por el creciente nacionalismo, se unieron a la rebelión contra el imperio, la gran mayoría de éstos cayó por peleas esporádicas y desorganizadas.
Por aquellos días todos vivimos momentos de éxtasis indescriptible con actos suprahumanos, con las hermosas palabras del sanador, pero ninguno de nosotros fue realmente tocado del corazón. El hombre santo pasó por cada casa, convocó gentíos en las plazas, luego se fue y nunca volvió. Algunos vinimos desde lejos a verlo, varios lo siguieron hasta su muerte, pero la inmensa mayoría continuamos con nuestras vidas y recaímos en los actos impuros, en la recaudación de riquezas terrenales; los demonios volvieron a poseer nuestra alma.
Los seres ordinarios como tú y como yo somos simplemente las comas en la trama de los grandes hombres, quienes se valen del mundo entero para escribir su historia. Los milagros y los hombres sanados solo formamos parte de la estela que dejarán para los siglos futuros. Sus buenos actos son más significativos para su destino que para la salud en nosotros. Así el sanado, el detractor, el fiel y el traidor formamos parte sin saberlo, de una ostentosa representación. Algunos personakes solo participan en episodios menores y desaparecen para siempre.
Yo soy un viejo y fatigado ejemplo de ello. A los días de que él me expulsara los mil demonios que me reducían por momentos a una iracunda demencia, abandoné la región de su influencia mística y busqué la urbe, allí logré asentarme. A la fecha sigo con mi vida, salgo y me olvido de mí en los actos públicos, frecuento el circo y los lupanares. Regreso tarde a reencontrarme con la soledad de mis aposentos. Con los años, aburrido y vacío vivo a la espera de que algo novedoso ocurra, un nuevo hombre luminoso que quiera escribir su historia y me salpique con su gracia divina.
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