Un kilo y medio de carne cruda



Al primer tercio del atardecer, en caprichosas ráfagas de viento caliente, se pasea el diablo sobre los tejados de la ciudad. El tiempo parece rodar en pasos sincopados, a veces se detiene, otras veces arremete con ansiedad.

En el ábside de la catedral, un sacerdote interrumpe su meditación al percibir el olor a agua fétida, el cual proviene de los floreros con hortencias y aquileas marchitas. El religioso se limpia con un paño el sudor de la frente mientras dice una blasfemia.

El sol se muestra ya incontenible y se desploma sobre nosotros. Otrora un hermoso Apolo o un digno Tonatiuh, hoy, un bruto y pesado ser anónimo que se niega a sí mismo, mientras libera partes de su ser en furiosos escupitajos de fuego.

En una casa de la ciudad, las ventanas de la cocina están abiertas de par en par, lo que permite que el olor a agua fétida, el sol inclemente y el diablo mismo irrumpan sin reparos. La luz del atardecer imprime un rectángulo de claridad en la cocina, por lo que una parte del piso y una mesa de madera están iluminados. En la mesa, de aspecto rústico, hay un gran tajo de carne cruda parcialmente partida por la mitad. Kilo y medio de tejido orgánico cercenado y abierto por en medio, con la apariencia de un libro que relata los pormenores de un acto de sacrificio. Un trío de moscas gira obsesivo en el centro de la cocina, como en una suerte de ritual previo a un gran festín. Al fondo de la casa resuena el gran Caruso desde un gramófono con trompeta de latón.

Y eso es todo, un pedazo de carne fresca expuesta a la podredumbre.

Si prefieres irte de paso, al aire libre, te reencontrarás con la vida cotidiana:
Chocolate derretido en tus dedos. Arena en tus zapatillas. Hormigas en los panecillos del día de campo. Bullicio y banquetes públicos en pleno verano. Ya lo sabes, la vida insensible que nunca penetra la piel.



Pero si algún día te preguntas dónde quedan remanentes de algo vivo y sangrante, has de saber que yace expuesto sobre una mesa, pudriéndose a merced de la intemperie y del olvido.





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