Cómo es la cara del escritor,
nadie lo sabe, nadie la ha visto; no existe.
Al tiempo del verano, alborotando el viento las melenas, con los hombros enrojecidos, los jóvenes se prodigan besos y caricias. La adolescente ruborizada y su impulsivo cortejante; la amorosa contemplación mutua con los ojos entrecerrados, rodeados de pecas y un fleco ondeante. Una placentera sensación febril naciendo de la boca del estómago. A lo lejos el despechado los observa conteniendo el llanto de rabia y el orgullo pisoteado.
Entonces no hay relatores.
Solo un tendido de interminables letras que a la vista se deshebra en imágenes.
La esencia del escritor está en la penumbra y es intermitente.
Secreto y furtivo huye como el reptil que desova en la penumbra.
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