De amores ideales
Los amores ideales son para enclaustrarlos en la imaginación y en la memoria, mantenerlos cautivos ahí y no darles entrada a nuestra realidad. Distantes y platónicos, son dignos de ser admirados y revisitados como una excelsa pieza de museo. Es menester dejar dichos objetos intactos y no suponer que pertenecen a nuestro mundo. De poder llevarnos una obra de museo a casa, su fulgor de inicio solo humillaría nuestro humilde techo, las paredes y todos nuestros espacios de clase trabajadora. Con el tiempo y nuestros malos hábitos, la belleza de la obra iría acumulando el moho de nuestro hogar, las arañas se acomodarían en los ángulos del marco y la superficie de la obra absorbería el cebo de nuestros alimentos diarios.
Ya sea por azar o por necedad, el hecho de lograr los amores imposibles solo da inicio a una cuenta regresiva hacia la destrucción. Habrase visto, seres imperfectos lidiando con la perfección, ninguno de nosotros ha nacido para tal cosa, nuestra cuadrilla de brujas y diablos solo trabaja para destruir lo bello y desvanecer la armonía.
En la cúspide de la realización de los amores ideales instauramos una nueva premisa a cumplir, la desilusión, que tarde o temprano, ya sea inconscientemente o en plenitud de nuestra lucidez haremos surgir bajo cualquier medio. La desconfianza en la grandeza de nuestro estado es la mala semilla que comienza a germinar para dar pie a nuestro propio fin. Al momento en que el ser amado cede a nuestras plegarias (que pretenden ser cortejo), lo ungimos con otras nuevas, las que repetiremos incansablemente, “me traicionarás, me decepcionarás, me romperas el alma”.
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