“Solo”


En el centro de la vorágine, el trompetista.

La imagen es en blanco y negro, el reflector concentra la atención en el escenario. Es
el momento del frenesí, cuando el virtuoso está del todo solo. El gentío al fondo en
penumbras, en éxtasis sometido. En los pasillos hay mujeres dislocadas por el ritmo
sincopado. Desde las butacas detonan voces de lucha, alabanzas, palmoteos combativos.

La iluminación recae en un solo punto del salón y justifica una sola existencia individual.
Lo demás es muchedumbre, multitud.

A contraluz se percibe un vapor despedido por el virtuoso, como si lo carbonizara el mismo
fuego que lo guía desde su interior.

Afuera es bullicio y tempestad. Adentro, una abstracción; una imagen en caída vertiginosa
a través del aire. El sonido es un torrente que busca el cauce natural al silencio. La
fricción luminosa con las paredes sordas depura la sustancia; recovecos, protuberancias y
bifurcaciones excitan la formación de figuras irrepetibles (su consecuencia externa es lo
que somete al oyente).

El final es una colisión brusca hacia la nada, a la oscuridad, al frío; contra el silencio. Y
de tal vacuidad pende el virtuoso, como la última gota de lluvia estival. Sólo la vieja y
verdadera sabiduría humana podrá salvarlo, llega pues el palmoteo masivo para romper el
conjuro, el trance del trompetista.



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